21 de mayo de 2008

Alemania y la culpa

Si no estoy equivocado, sólo hay un país que ha pedido y continúa pidiendo perdón: Alemania. Es importante recordarlo en toda su complejidad. Un paseo por los menhires del Memorial del Holocausto en Berlín es una buena oportunidad para hacerlo. No hay duda de que con el nazismo Alemania tuvo el siniestro honor de adornarse con la perla negra de las monstruosidades, pero quizá sería ya hora de admitir que en la reiterada y oficial asunción de la culpa por parte de los alemanes posteriores hay una lección extremadamente útil para el futuro. En este sentido no tendría que dejarse sola a Alemania como nación culpable porque existiría -si es que no existe ya- el riesgo de que los más jóvenes dejaran de entenderlo.

"Con el nazismo Alemania tuvo el siniestro honor de adornarse con la perla negra de las monstruosidades"

Sería, por tanto, de agradecer que junto a la culpa alemana hubiera un reconocimiento de la expiación alemana, es decir, de la creación inédita de una cultura basada en la asunción de la propia responsabilidad en un crimen colectivo como sin duda lo fue el genocidio nazi. Durante varias generaciones los alemanes, al menos mayoritariamente, han integrado en su vida pública la memoria del delito y, pese a todos los intentos revisionistas, así se refleja en su simbología y política oficiales.

"Los alemanes han integrado en su vida pública la memoria del delito"

Ahora bien, esta actitud se reforzaría si la memoria alemana del propio delito tuviera una cierta compensación con la crítica de otras conductas delictivas e injustificables que indiscriminadamente fueron cometidas contra los alemanes. Ha debido pasar más de medio siglo para que empiece a analizarse la brutalidad sin sentido bélico de los bombardeos aliados de Hamburgo y Dresde; e igual período de tiempo para que salgan a la luz las tropelías soviéticas durante los meses finales de la guerra. La maldad alemana ha sido considerada tan gigantesca que ha convertido en tabú la maldad de los demás. Pero si uno lee por ejemplo Una mujer en Berlín, libro de una autora anónima recientemente editado por Anagrama, comprobará que hubo "otra maldad" porque 110.000 berlinesas fueron violadas en tan sólo una semana en un acto de pillaje casi mantenido en secreto hasta hace poco: También hubo "otra maldad" en Hamburgo y Dresde.

La maldad alemana ha sido considerada tan gigantesca que ha convertido en tabú la maldad de los demás

El Memorial del Holocausto es necesario, justo y exigible. Pero con el tiempo perderá valor si en el virtual museo del horror se mantiene el desequilibrio iconográfico actual. Mientras Alemania exhibe su gigantesca mancha en el corazón de Berlín, Estados Unidos se enorgullece de su hazaña nuclear en el Museo del Ejército de Washington, China honra el totalitarismo en el mausoleo de Mao en Pekín, Japón rinde homenaje a sus criminales de guerra y Rusia disimula su despotismo en un miserable piso dostoievskiano.

Fragmento de 'Política y (po)ética de las imágenes de guerra", de Antonio Monegal.

13 de mayo de 2008

Fusilamientos artísticos

Fragmento de 'Política y (po)ética de las imágenes de guerra, de Antonio Monegal:

El reconocimiento de que la práctica artística puede ser un espacio de libertad, otra forma de producir o reproducir el icono, de reinscribirlo en la memoria con un sentido crítico cuando ya está consolidado como estereotipo en el imaginario colectivo, ha movilizado iniciativas muy diversas desde que, a partir de ejemplos como los de Jacques Callot y Goya, se cuestiona la hegemonía del discurso épico en la representación de la guerra. El arte sobre la guerra ha tenido tradicionalmente una dimensión política, mucho más manifiesta que la de la fotografía en la era de la comunicación, y de ahí que haya dado lugar también a la posibilidad de un compromiso ético beligerante contra la guerra. Frente a un arte al servicio de la glorificación nacional, que subraya los valores heroicos, hay otro cuyo retrato de la violencia es también una denuncia. La rendición de Breda es un encargo real que Velázquez recibe en 1634 y cuyo mensaje de caballerosidad y conciliación, obra maestra de la propaganda política, contrasta con la visión de la guerra que un año antes había dado Callot en la serie de grabados Les Misères et les Malheurs de la Guerre. En el siglo XIX, Los desastres de la guerra de Goya se oponen brutalmente a la tradición de la pintura épica de batallas, cuyo papel en la construcción de la identidad nacional está perfectamente ilustrado en la Sala de las Batallas de Versalles: la historia de Francia contada a través de gestas militares, todas ellas presisidas por la figura del héroe. El discurso de Goya no es menos político, pero tanto su lección como sus recursos expresivos son distintos: no hay héroes ni tampoco batallas, sino gente anónima perpetrando o sufriendo atrocidades.

La lección de Goya acerca del compromiso del artista con el acontecimiento representado y de las implicaciones éticas y políticas de una determinada poética de las imágenes de guerra ha influido en la historia del arte hasta nuestros días, y ha dado lugar a un proceso de reciclaje del icono que precede e ilumina el que podemos rastrear en la fotografía. Tanto Manet en La ejecución del Emperador Maximiliano como Picasso en Masacres en Corea evocan la composición de Los fusilamientos del tres de mayo para trascender el retrato de un suceso histórico concreto y emitir un juicio político legible al insertarse en una tradición de discurso que el receptor reconoce. El mismo procedimiento se repite cuando el Guernica de Picasso se convierte en el icono elaborado en su conjunto o aludido por un fragmento en cuadros de Peter Saul y Renato Guttuso, entre otros muchos, y en los carteles contra la guerra de Vietnam de Rudolf Baranik. Picasso se remonta a Goya para protestar contra la guerra de Corea, Baranik cita a Picasso para protestar contra Vietnam: las invocaciones están sobradamente codificadas y activan un mensaje familiar. La memoria de la historia del arte está puesta al servicio de la memoria histórica e incluso, en sentido amplio, de la propaganda política. Ciertos iconos claman por sí mismos contra la guerra y desplazan el discurso de la épica glorificadora al sufrimiento de las víctimas sin necesidad de registrar el acontecimiento particular, sólo mediante la recuperación de iconos precedentes.

12 de mayo de 2008

Un poco de bacanal, por favor

Por sorprendente que resulte, Dioniso reprende al obstinado Penteo por no respetar las costumbres y la sabiduría popular al prohibir su culto.



No estamos acostumbrados a oír a los dioses orgiásticos argumentar en términos tan burkeanos, ni a considerar que el éxtasis y la veneración están estrechamente ligados. Como afirma el coro, lo que se ha admitido desde tiempos inmemoriales es lo que se funda en la naturaleza humana, y poner en duda una tradición de este tipo es el orgullo del intelectual errante. Según esta obra, y según los pensamientos de Burke sobre la Revolución francesa, la política que atraviesa todas las capas sedimentadas de costumbres y tradiciones con el fin de alcanzar sus fines tiene algo de perturbado o terrorista. Equivale a demoler una ciudad para salvarla. Donde, a juicio de Burke, se equivocan los jacobinos es en el mismo aspecto en el que, en opinión de Dioniso, se equivoca Penteo: en la falta de compasión. Pese a lo pintoresco del término, gran parte de la política exterior occidental actual adolece precisamente de ese mismo defecto.

La ironía de la argumentación de Dioniso reside en que lo que él considera que ha sido socialmente aceptado durante mucho tiempo es una especie de ruptura antisocial con lo cotidiano. Lo que dice es que el gozo animal y delirante que él representa debe ser venerado incorporándolo de algún modo en el orden social. Se debe institucionalizar la jouissance. De lo contrario, acabaremos olvidando que nuestro lugar está entre las bestias, negaremos nuestra condición de criaturas animales y nos veremos expuestos al atroz orgullo de una razón apartada del cuerpo. En este sentido, celebrar nuestra unidad con la naturaleza constituye el pilar fundamental de una cultura floreciente, no su enemigo. La compasión es una forma de política.

No cabe duda de que la frenética jouissance o el éxtasis aterrador del culto báquico es diferente de los plaisirs reposados de la existencia civilizada. Pero si Penteo tuviera un mínimo juicio hallaría un sitio para esta transgresión libidinal, como lo hay para el carnaval. El frenesí erótico está perfectamente en su sitio. No hay nada perjudicial en que haya alguna bacanal que otra; al contrario, de ella se puede cosechar la fuerza del bien, puesto que institucionalizar los rituales báquicos -hacer una costumbre de la copulación masiva- es un signo ostensible del reconocimiento del terror imposible de erradicar que subyace en el corazón de la vida social. Y este realismo moral constituye un pilar esencial de la prosperidad humana.

Terry Eagleton, Terror Santo.

 
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