9 de octubre de 2007

El dentista mileurista

Garmor, en un café de París poco antes de visitar al dentista. / RENOIR (AFP)

Los dentistas cobran mil euros al mes... por paciente. Lo demuestra la factura del tratamiento dental al que debo someterme: 1.075,08 euros. Casi nada. Para un mileurista supone el pago inmediato de casi dos salarios. En fin, indignante. Y eso que había acudido a una clínica del barrio de La Salut de Badalona, cual humilde siervo, para aplacar un irresistible dolor de muelas que comenzó el viernes, secretamente, en un bar musical de Santaló: el Silk. Lo atractivo del bar, al margen de las camareras piel canela, es que los cubatas estaban a 3,5 euros. Hecha la ley, hecha la trampa: los vasos iban cargados hasta arriba de enormes cubitos de hielo que explican, en parte, la desintegración del Ártico. Aquel frío glacial se coló, sin que yo lo advirtiera hasta el día siguiente, en una muela dañada por mi adicción al chocolate y a los donuts con mucho azúcar.

El dolor de muelas empezó a remitir ayer, cuando ya andaba drogado por los efectos perversos del Ibuprofeno. Sin embargo, la revisión médica ya está hecha y no tengo más remedio que iniciar el "tratamiento". Ialea acta est. En un mes estaré listo, según me ha asegurado un hombre bajito y amanerado con un cargo pomposo que no le va nada: el de "asesor odontológico". He visitado al dentista a primera hora de la mañana. He ido con la seguridad de quien se sabe liberado de la intensidad del dolor, dispuesto a exhibir mi condición de hombre de mundo para que, de entrada, no se les llegara a ocurrir, ni reomtamente, la posibilidad de tomarme el pelo. A la mínima ocasión, ha pensado, les diré a los doctores y a las enfermeras (qué machista, eh) que soy periodista. Que es como decir "alto, puedo venir aquí a hacer un reportaje de investigación con cámara oculta, a lo Milá, y hacer que os cierren el chiringuito".


Al final me he contenido y, tras permanecer sentado unos 15 minutos en la sala de espera, me han llevado a la habitación del pánico. Hacía por lo menos cuatro años que no pisaba una clínica dental. Casi el mismo tiempo que llevo sin jugar en serio un partido de baloncesto. Aunque nunca antes había estado en esa clínica en particular, todo ha aparecido como lo recordaba, y como se presentaba en mis sueños: el asiento, cómodo pero inquietante; el flexo, una amenaza lumínica incesante; y el brazo móvil de los utensilios, el peor enemigo del hombre de a pie. Al llegar la doctora, he intentado hacerme el gracioso para mostrar, con mi sutil ironía, que yo estaba por encima de toda aquella situación y que quizá hasta podría invitarme a tomar un café después de la visita. "A ver, ¿qué te pasa?". "Nada, ya sabe cómo somos la gente... sólo venimos cuando empezamos a sentir dolor", le he contestado siguiendo la pauta humorística de Karthi.


La doctora me ha hecho abrir levemente la boca y me ha metido una cuchara de doctores. Durante la examinación ha habido momentos inquietantes. Sobre todo, cuando se ha puesto a dictar coordenadas (letras, números, letras, números) al asesor odontológico, que para más inri seguía allí e iba anotando fielmente cada una de las indicaciones. Era como si, a mi costa, se divirtieran con el "Hundir los barcos", aquel famoso juego de mesa: "R14, B18, K34". Lo que yo no podía prever (esto es un mero recurso literario, pues lo imaginaba perfectamente) es que cada una de esas indicaciones correspondía a un tipo de anomalía en mi boca que debía ser reparada por una gran suma de dinero. Los dentistas son especialistas en eso: vas por un simple dolor de muelas y te sacan de todo. Como consultores matrimoniales no tendrían precio. Claro que ahora, visto lo que cobran por cada una de mis espeluznantes deficiencias bucales, parece que tampoco lo tienen. Son responsables directos del aumento de los precios y de la carestía de los alimentos.

Asustado aún, he pasado a una salita de "atención al paciente", tras los pasos del asesor odontológico. Lo más divertido ha sido ver cómo el pobre hombre me presentaba el presupuesto. "Ya sé que la cifra asusta un poco, pero piensa que las muelas del juicio te las puede quitar la Seguridad Social gratis, y eso que te ahorras". Ante tal evidencia, y con la omnipresente cifra de 1.075,08 euros en la cabeza, uno no puede más que decir: "Sí, sí..." Le he pedido, eso sí, que me traduzca el significado de algunas expresiones apuntadas en la siniestra lista: endodoncia birradicular, perno muñón directo, corona metal cerámica. Esas tres intervenciones, las más caras, son "imprescindibles" para no sentir dolor. Ya es casualidad, eh. Leo también que la relación incluye hasta seis "reconstrucciones". Imagino que le pregunto si se cree Ferran Adrià, pero en lugar de eso le pido una aclaración. "Ah, eso son las caries". También veo que necesito cuatro curetajes de cuadrantes: por lo visto, acumulo "grandes cantidades de sarro" (el entrecomillado es mío, y está exagerado) en algunos dientes.

El dolor de muelas, que se había ido desvaneciendo a lo largo del día de ayer, es casi imperceptible hoy. De forma paralela a la desaparición del dolor, como si la realidad y la literatura se fundieran en una sola cosa (algo que un día, gracias al literalismo y a un nuevo tipo de fusión nuclear, sin duda ocurrirá) estaba leyendo el final de la novela "Un amor de Swann", de Marcel Proust. Tras meses y meses sintiendo una enorme aflicción por el desinterés de su amada Odette de Crécy, una mujer parisina de vida alegre y disoluta, al final del libro Charles Swann se recupera. Ya no la desea, ya no siente celos, ya sólo le queda un afecto entrañable hacia ella.

En Proust, el dolor del que está enamorado hasta las trancas da paso a una cierta vuelta a la normalidad. En el dentista mileurista, el dolor del que está jodido hasta las trancas da paso a un dolor aún más intenso: la obligación de gastar 1.075,08 euros en un tratamiento que ni me va a hacer más guapo ni mejor persona, pero que es, eso sí, "imprescindible para que se te quite el dolor", a juzgar por el asesor-ladrón odontólogo. Y luego son los políticos los que azuzan el fantasma del miedo y de la desconfianza. ¿Y los dentistas? Primero exhiben sin pudor su maquinaria bélica y luego te advierten de que, si no te sometes a sus deseos, puede que tu dolor crezca irremediablemente y que pierdas los dientes, la dignidad y la vida. No hay escapatoria: tengo que soltar la pasta. A cómodos plazos y sin intereses, pero tengo que soltarla. Por lo menos para que el dentista llegue a final de mes. Cabrones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

a mi me pasa algo parecido...aunq claro, lo mio me costará cerca de unos 600 €... lo que nosé es de donde voy a sacar el dinero... pedirselo a alguien? robar a una anciana..nuse... algún consejo de donde sacar la pasta?

 
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