21 de mayo de 2008

Alemania y la culpa

Si no estoy equivocado, sólo hay un país que ha pedido y continúa pidiendo perdón: Alemania. Es importante recordarlo en toda su complejidad. Un paseo por los menhires del Memorial del Holocausto en Berlín es una buena oportunidad para hacerlo. No hay duda de que con el nazismo Alemania tuvo el siniestro honor de adornarse con la perla negra de las monstruosidades, pero quizá sería ya hora de admitir que en la reiterada y oficial asunción de la culpa por parte de los alemanes posteriores hay una lección extremadamente útil para el futuro. En este sentido no tendría que dejarse sola a Alemania como nación culpable porque existiría -si es que no existe ya- el riesgo de que los más jóvenes dejaran de entenderlo.

"Con el nazismo Alemania tuvo el siniestro honor de adornarse con la perla negra de las monstruosidades"

Sería, por tanto, de agradecer que junto a la culpa alemana hubiera un reconocimiento de la expiación alemana, es decir, de la creación inédita de una cultura basada en la asunción de la propia responsabilidad en un crimen colectivo como sin duda lo fue el genocidio nazi. Durante varias generaciones los alemanes, al menos mayoritariamente, han integrado en su vida pública la memoria del delito y, pese a todos los intentos revisionistas, así se refleja en su simbología y política oficiales.

"Los alemanes han integrado en su vida pública la memoria del delito"

Ahora bien, esta actitud se reforzaría si la memoria alemana del propio delito tuviera una cierta compensación con la crítica de otras conductas delictivas e injustificables que indiscriminadamente fueron cometidas contra los alemanes. Ha debido pasar más de medio siglo para que empiece a analizarse la brutalidad sin sentido bélico de los bombardeos aliados de Hamburgo y Dresde; e igual período de tiempo para que salgan a la luz las tropelías soviéticas durante los meses finales de la guerra. La maldad alemana ha sido considerada tan gigantesca que ha convertido en tabú la maldad de los demás. Pero si uno lee por ejemplo Una mujer en Berlín, libro de una autora anónima recientemente editado por Anagrama, comprobará que hubo "otra maldad" porque 110.000 berlinesas fueron violadas en tan sólo una semana en un acto de pillaje casi mantenido en secreto hasta hace poco: También hubo "otra maldad" en Hamburgo y Dresde.

La maldad alemana ha sido considerada tan gigantesca que ha convertido en tabú la maldad de los demás

El Memorial del Holocausto es necesario, justo y exigible. Pero con el tiempo perderá valor si en el virtual museo del horror se mantiene el desequilibrio iconográfico actual. Mientras Alemania exhibe su gigantesca mancha en el corazón de Berlín, Estados Unidos se enorgullece de su hazaña nuclear en el Museo del Ejército de Washington, China honra el totalitarismo en el mausoleo de Mao en Pekín, Japón rinde homenaje a sus criminales de guerra y Rusia disimula su despotismo en un miserable piso dostoievskiano.

Fragmento de 'Política y (po)ética de las imágenes de guerra", de Antonio Monegal.

13 de mayo de 2008

Fusilamientos artísticos

Fragmento de 'Política y (po)ética de las imágenes de guerra, de Antonio Monegal:

El reconocimiento de que la práctica artística puede ser un espacio de libertad, otra forma de producir o reproducir el icono, de reinscribirlo en la memoria con un sentido crítico cuando ya está consolidado como estereotipo en el imaginario colectivo, ha movilizado iniciativas muy diversas desde que, a partir de ejemplos como los de Jacques Callot y Goya, se cuestiona la hegemonía del discurso épico en la representación de la guerra. El arte sobre la guerra ha tenido tradicionalmente una dimensión política, mucho más manifiesta que la de la fotografía en la era de la comunicación, y de ahí que haya dado lugar también a la posibilidad de un compromiso ético beligerante contra la guerra. Frente a un arte al servicio de la glorificación nacional, que subraya los valores heroicos, hay otro cuyo retrato de la violencia es también una denuncia. La rendición de Breda es un encargo real que Velázquez recibe en 1634 y cuyo mensaje de caballerosidad y conciliación, obra maestra de la propaganda política, contrasta con la visión de la guerra que un año antes había dado Callot en la serie de grabados Les Misères et les Malheurs de la Guerre. En el siglo XIX, Los desastres de la guerra de Goya se oponen brutalmente a la tradición de la pintura épica de batallas, cuyo papel en la construcción de la identidad nacional está perfectamente ilustrado en la Sala de las Batallas de Versalles: la historia de Francia contada a través de gestas militares, todas ellas presisidas por la figura del héroe. El discurso de Goya no es menos político, pero tanto su lección como sus recursos expresivos son distintos: no hay héroes ni tampoco batallas, sino gente anónima perpetrando o sufriendo atrocidades.

La lección de Goya acerca del compromiso del artista con el acontecimiento representado y de las implicaciones éticas y políticas de una determinada poética de las imágenes de guerra ha influido en la historia del arte hasta nuestros días, y ha dado lugar a un proceso de reciclaje del icono que precede e ilumina el que podemos rastrear en la fotografía. Tanto Manet en La ejecución del Emperador Maximiliano como Picasso en Masacres en Corea evocan la composición de Los fusilamientos del tres de mayo para trascender el retrato de un suceso histórico concreto y emitir un juicio político legible al insertarse en una tradición de discurso que el receptor reconoce. El mismo procedimiento se repite cuando el Guernica de Picasso se convierte en el icono elaborado en su conjunto o aludido por un fragmento en cuadros de Peter Saul y Renato Guttuso, entre otros muchos, y en los carteles contra la guerra de Vietnam de Rudolf Baranik. Picasso se remonta a Goya para protestar contra la guerra de Corea, Baranik cita a Picasso para protestar contra Vietnam: las invocaciones están sobradamente codificadas y activan un mensaje familiar. La memoria de la historia del arte está puesta al servicio de la memoria histórica e incluso, en sentido amplio, de la propaganda política. Ciertos iconos claman por sí mismos contra la guerra y desplazan el discurso de la épica glorificadora al sufrimiento de las víctimas sin necesidad de registrar el acontecimiento particular, sólo mediante la recuperación de iconos precedentes.

12 de mayo de 2008

Un poco de bacanal, por favor

Por sorprendente que resulte, Dioniso reprende al obstinado Penteo por no respetar las costumbres y la sabiduría popular al prohibir su culto.



No estamos acostumbrados a oír a los dioses orgiásticos argumentar en términos tan burkeanos, ni a considerar que el éxtasis y la veneración están estrechamente ligados. Como afirma el coro, lo que se ha admitido desde tiempos inmemoriales es lo que se funda en la naturaleza humana, y poner en duda una tradición de este tipo es el orgullo del intelectual errante. Según esta obra, y según los pensamientos de Burke sobre la Revolución francesa, la política que atraviesa todas las capas sedimentadas de costumbres y tradiciones con el fin de alcanzar sus fines tiene algo de perturbado o terrorista. Equivale a demoler una ciudad para salvarla. Donde, a juicio de Burke, se equivocan los jacobinos es en el mismo aspecto en el que, en opinión de Dioniso, se equivoca Penteo: en la falta de compasión. Pese a lo pintoresco del término, gran parte de la política exterior occidental actual adolece precisamente de ese mismo defecto.

La ironía de la argumentación de Dioniso reside en que lo que él considera que ha sido socialmente aceptado durante mucho tiempo es una especie de ruptura antisocial con lo cotidiano. Lo que dice es que el gozo animal y delirante que él representa debe ser venerado incorporándolo de algún modo en el orden social. Se debe institucionalizar la jouissance. De lo contrario, acabaremos olvidando que nuestro lugar está entre las bestias, negaremos nuestra condición de criaturas animales y nos veremos expuestos al atroz orgullo de una razón apartada del cuerpo. En este sentido, celebrar nuestra unidad con la naturaleza constituye el pilar fundamental de una cultura floreciente, no su enemigo. La compasión es una forma de política.

No cabe duda de que la frenética jouissance o el éxtasis aterrador del culto báquico es diferente de los plaisirs reposados de la existencia civilizada. Pero si Penteo tuviera un mínimo juicio hallaría un sitio para esta transgresión libidinal, como lo hay para el carnaval. El frenesí erótico está perfectamente en su sitio. No hay nada perjudicial en que haya alguna bacanal que otra; al contrario, de ella se puede cosechar la fuerza del bien, puesto que institucionalizar los rituales báquicos -hacer una costumbre de la copulación masiva- es un signo ostensible del reconocimiento del terror imposible de erradicar que subyace en el corazón de la vida social. Y este realismo moral constituye un pilar esencial de la prosperidad humana.

Terry Eagleton, Terror Santo.

24 de abril de 2008

La última sonrisa de Débora

Débora me regaló ayer su última sonrisa. La niña de la que estuve enamorado en el colegio volvió a mirarme, fugazmente, en un andén del metro. Yo andaba enchufado al aparato de música en la parada de Artigues-Sant Adrià. Ella apareció al fondo y, a paso ligero y con la cabeza bien alta, caminaba hacia el final del andén. Se notaba que iba con prisas. A cinco metros uno del otro, nos miramos.

Tras un segundo de mutismo en los gestos, esbocé un tímido "hola", que resultó inaudible, y sonreí de tal modo que se me marcaron los hoyuelos de los mofletes, con ese gesto tan propio en mí que significa algo así como "sé que nos conocemos y me gustaría que me devolvieras el saludo". Aquel comportamiento respondía, seguramente, a mi educación cívica y, sobre todo, a la antigua devoción que sentía por aquella muchacha delgada y nerviosa, huidiza gata salvaje a la que amé.

Hubo respuesta a aquella súplica. Pero su gesto fue más digno y mucho más cinematográfico. Sin dejar en ningún momento de andar con paso firme, me miró, abrió los ojos como dos enormes abanicos que se despliegan, y construyó una media sonrisa que me ha llevado a escribir sobre ella tantos años después de haberla conocido.

Fue, como dije, en la escuela. Ella pasaba por ser una chica problemática, una niña descarriada antes incluso de tener la posibilidad de serlo. Su madre había muerto o estaba desaparecida, y la vida con sus tíos no era, al parecer, la más apropiada para una cría que pasaba más tiempo en la calle que en su casa. Y quizá por eso, por su inclinación hacia los parques y el cachondeo, era una de las chicas más inteligentes de la clase. Inteligentes, pero en el buen sentido.

Para su edad, y para mi edad por aquel entonces, tenía un poder de seducción innata que la hacía atractiva, muy por encima de las demás. A mí me gustaba desde siempre y, en quinto curso, tuve mi oportunidad.

Diez amigos de clase montamos una coreografía basada en el tema principal de la película Grease, para participar en el festival de la escuela. Éramos diez chavales con gafas de sol, camiseta negra ajustada y un aire de chulería que, sin embargo, estaba lleno de inocencia. Logramos seducir a las masas. Nuestra sana picardía hizo gracia a las madres y padres que allí se presentaron y ganamos.

Cinco chicos frente a cinco chicas. Elegí bailar con Débora. Y hacerlo fue una delicia. En los ensayos descubrí todos los matices y encantos de aquella mujercita. Sus ojos, enormes como castañas y oscuros, donde uno podía bucear y hallar grandes tesoros. Su voz, agrietada más que aterciopelada y similar, por tanto, a la de una mujer adulta. Su manera de mover las manos, su gracia y una desenvoltura que me volvía loco. Era, en ese sentido, como todas las mujeres que me han gustado realmente a lo largo de mi vida: me abría las puertas, sin darme cuenta, a un mundo que yo imaginaba maravilloso y al que, de otra forma, me resultaba imposible acceder.

En los últimos compases del baile, cuando la música llegaba a su punto álgido, los chicos debíamos echar una rodilla al suelo y utilizar la otra pierna como asiento de nuestras parejas. Ellas se sentaban encima nuestro de lado para deslizar después su cuerpo hacia atrás, suavemente. Yo estaba embriagado de emoción porque aquella muchacha -que lucía una falda corta de terciopelo verde y un top negro y ajustado- apoyaba su mano derecha en mi cuello al final.

Fue un amor desprovisto de maldad, que no exigía nada, y ajeno totalmente a las inmediateces del sexo. Después de aquel provechoso curso, ella, que ya era repetidora cuando bailamos -estas cosas eran posibles en España hasta hace unos años- desapareció en la bruma del tiempo.

Para ser sinceros, ya había visto a Débora convertida en una mujer de veintitantos años antes de que me devolviera su última sonrisa. La había visto, precisamente, en el mismo andén del metro, siempre andando a toda prisa. Había notado que conservaba ese nervio que tenía de pequeña, pero que, lamentablemente, se había transformado solamente en estrés laboral. Descubrí que no me gustaba: en su expresión había lago de frío y distante. Además, había echado un culo considerable.

Pero a Débora, que en mi vida permanece como sinónimo de locura amorosa, le bastó una mirada para erigirse, de nuevo, en campeona de la seducción. ¿Por qué no me salió la voz? ¿Por qué no me atreví a quitarme los cascos y decirle algo? ¿Volveremos a vernos? ¿Me dedicará, aún, una última sonrisa?

Texto escrito por encargo indirecto de A. Gaggioli. Fue redactado en un vagón camino de Vilanova, donde un servidor disfrutó de una gran jornada de primavera con una copa de vino blanco en la mano, frente a las costas del Garraf.

17 de abril de 2008

Rojinegro

Con un gesto veloz y decidido de sus dedos de pianista, Matilde enciende una cerilla. Una bola de fuego crece y, por un instante, se convierte en fulgor cósmico que ilumina sus ojos enormes y azules, mayestáticos. Julián Sorel se esfuerza en disfrazar su mirada para seguir siendo un león altivo y orgulloso. Embaucado por el olor de la cerilla, que le remueve sensaciones en lo más profundo de su ser y que se mezcla en el ambiente con el perfume delicioso de ella, Julián se halla al borde del precipicio del amor, y sólo su carácter firme le hace detenerse un momento para llevarse la mano a la frente y mirar al vacío.

Fragmento de, Rojo y Negro. Stendhal es un escritor.
Homenaje garmórico a la desternillante sintaxis del loco de Muerte accidental de un anarquista, ésta sí, de Darío Fo.

11 de abril de 2008

La crueldad visita Getafe

Las televisiones insisten en recordar la tragedia, pero yo me niego a ver las imágenes del partido de ayer en Getafe. Me producen demasiada tristeza. Y eso que a mí, el "Geta" -al que los nacionalistas de turno han bautizado como "el equipo de todos los españoles"- ni me va ni me viene. Pero lo de anoche fue otra cosa. Crueldad, la terrible diosa de cabellos azules y ojos negros, sobrevoló el Coliseum y arrebató al equipo madrileño el sueño de plantarse en las semifinales de la copa de la UEFA.


La contienda tuvo todos los ingredientes de la narrativa épica. El Getafe jugó con diez jugadores casi desde el inicio y, aun así, logró marcar y desatar la euforia. Yo no vi el tanto. Llegué a casa cuando el marcador indicaba un 1-0 que daba el pase a la siguiente ronda a los azulones. El cariño desbordado hacia este equipo se debe, sin duda, a su condición humilde. El club carece de enemigos deportivos y posee la facultad de caer en gracia. Y la plantilla está integrada por jugadores minúsculos por su nombre y su nómina, pero enormes por su entrega y su espíritu combativo.

Pero lo que ha hecho gigante al Getafe, al menos a ojos de los espectadores, ha sido la categoría del rival con el que le tocó batirse en duelo: el Bayern de Múnich, una de los cuadros más laureados del orbe. De los equipos germánicos, se dice que están vivos hasta el final y que, por muy mal que lo pasen, nunca se les puede dar por vencidos. El tópico se transformó ayer en cruda realidad.

En el último suspiro del choque, con un Getafe extenuado hasta límites insospechados, apareció el francés Ribery para rematar raso hasta el fondo de la red. Al contrario que el "Geta", el extremo galo tiene el don de provocar aprensión. Y cuando marcó, me pareció especialmente odioso, porque trajo a mi memoria las derrotas de España a manos de los franceses en todo tipo de torneos internacionales, casi de cualqueir deporte.

Fin del partido. Me fui a visitar a una amiga en el centro de Barcelona. Así que cogí el coche y, antes que nada, inserté tembloroso la cassette para sintonizar la Cadena SER y seguir la prórroga. El Getafe hizo lo increíble: marcó dos goles nada más empezar (Braulio y Casquero) que debían asegurar el triunfo. ¡Dos goles! Con diez jugadores, con el físico destrozado y ante la superpotencia alemana. Pero Crueldad, la del pelo azul y los ojos oscuros, aún seguía agazapada en algún rincón del Coliseum. Se disfrazó de un azzurro, Luca Toni, que en medio minuto marcó dos goles como quien no quiere la cosa y dejó al Getafe tirado en el arroyo y llorando. El 3-3 (1-1 en Múnich) me pilló cuando trataba de aparcar el coche. Sentí empatía con las expresiones de rabia, un tanto grotescas y chovinistas, de los locutores de la Ser.

Luca Toni se llevó el dedo índice a los labios y mandó callar a la grada. El medio radiofónico no me permitió ver el gesto en directo, cosa que habría aumentado mi rabia hasta extremos inimaginables. Otra vez, un italiano guaperas que me hacía llorar. Como Baggio, en el 94. Otra vez, un partido ajeno a mis intereses me obligaba a implicar los cinco sentidos. Y otra vez, me daba cuenta de lo grande que puede llegar a ser, a veces, ese catalizador de emociones que es el fútbol.

6 de marzo de 2008

Milton y el ángel caído

Al Pacino interpreta a John Milton en 'Pactar con el diablo'

Fragmento de El Paraíso Perdido, de John Milton:

¡Oh, millares de espíritus inmortales! ¡Oh, potestades a quienes sólo puede igualarse el Todopoderoso! Aquel combate no careció de gloria, por más que su resultado fuera desastroso, como lo atestiguan esta mansión y este terrible cambio que me es odioso expresar. [...] De hoy más, ya conocemos su poder como conocemos el nuestro, de modo que no provoquemos ni rehuyamos con temor cualquier guerra a que se nos provoque. El mejor partido que nos queda es el de emplear nuestras fuerzas en un secreto designio: el de obtener por medio de la astucia y del artificio lo que la fuerza no ha alcanzado, a fin de que en adelante sepa por lo menos que un enemigo vencido por la fuerza sólo es vencido a medias.

6 de febrero de 2008

Dos visiones de Haile Selassie

En El Emperador, el periodista Ryszard Kapuscinski traza un brillante retrato del rey de Etiopía durante casi medio siglo XX, hasta que fue derrocado por un grupo de revolucionarios. El periodista logra hablar con los antiguos miembros de palacio, que dan su particular visión de Haile Selassie. Éste es uno de los pocos fragmentos del libro en los que Kapuscinski se permite hablar con voz propia (el libro es casi una sucesión de fragmentos de entrevistas) y muestra, con una brillante sutileza, que el personaje es ambiguo y que no puede despacharse con una visión simplista; que Selassie es, a la vez, el blanco más luminoso y el negro más oscuro.

El emperador Haile Selassie de Etiopía.
En aquellos años [la década de los 60] existían dos imágenes de Haile Selassie. La primera -conocida por la opinión pública internacional- presentaba al Emperador como un monarca tal vez un tanto exótico pero valiente, al que caracterizaban una energía inagotable, una mente despierta y una profunda sensibilidad; como el hombre que había plantado cara a Mussolini, recuperado el Imperio y el trono y que se había fijado el ambicioso objetivo de sacar a su país del subdesarrollo y de jugar un papel importante en el mundo.
La segunda imagen -que iba formando gradualmente la parte crítica y, al principio, poco numerosa de la opinión pública etíope- presentaba al Monarca como un soberano capaz de hacer cualquier cosa con tal de mantener su poder y, ante todo, como un gran demagogo y un paternalista teatral, que con sus gestos y palabras enmascaraba la venalidad, la cerrazón y el servilismo de la elite gobernante, por él creada y mimada.
Por lo demás, como suele ocurrir en la vida, ambas imágenes eran auténticas. Haile Selassie tenía una personalidad compleja: para unos resultaba encantador, en otros despertaba odio; unos le adoraban, otros le maldecían. Gobernaba un país en que se conocían sólo los métodos más crueles de lucha por el poder (o por mantenerlo), en el que las elecciones libres eran sustituidas por el puñal y el veneno, y la discusión, por el disparo y la horca. Era un producto de esta tradición; él mismo echaba mano de ella. Y, al mismo tiempo, comprendía que había en ello una cierta inviabilidad, una total falta de puntos de contacto con el mundo nuevo.
Sin embargo, no podía cambiar el sistema que lo mantenía en el poder, y el poder era para él lo más importante. De ahí su necesidad de refugiarse en la demagogia, en el ceremonial, en los discursos cesáreos sobre el desarrollo, tan carentes de sentido en Etiopía, el país de la miseria más espantosa y de la ignorancia más atroz. Era un personaje muy simpático, un político perspicaz, un padre trágico, un avaro patológico; condenaba a muerte a inocentes e indultaba a culpables por simples caprichos del poder, sin más: laberintos de la política de palacio, ambigüedades, oscuridad que nadie es capaz de escrutar.

3 de febrero de 2008

Enemigos del periodismo

Creo que fue Arcadi Espada quien dijo, en una ocasión, que el mayor enemigo del periodismo es la pereza. No recuerdo si utilizó el vocablo "enemigo", que parece más propio de la jerga bélica del que escribe; quizá hablo de defecto, de vicio o de lastre.
Tanto da: tiene más razón que un santo. Mirar donde otros no miran, patear las calles sin descanso o hacer la última llamada -esa última llamada que tanto cuesta- marca la frontera entre un periodista de raza y un proyecto de jefe de gabinete de prensa. Los gabinetes -complejas y abigarradas máquinas de propaganda al servicio del Poder- son otro de los grandes enemigos de la profesión. Se han convertido en los mediocentros de la comunicación, en los guardiolas de los flujos informativos: todo debe pasar por ellos necesariamente. Pretenden que no haya fisuras en la institución que defienden; su objetivo es cerrar los sanos conductos entre el periodista y la fuente.
No lo conseguirán, porque siempre habrá vías de escape. Lo sabe bien Carlos Quílez, compañero de la cadena Ser y periodista totalmente ajeno a la pesadilla de los gabinetes de prensa. Es un hombre que ofrece, a primera hora de la mañana, una primicia informativa que le hace ir a uno todo el día de culo. A los pocos minutos de conocerle, en el transcurso de una cena-homenaje al ex fiscal jefe de Cataluña, José María Mena, me reveló su secreto: "Trabajar una hora más que los demás". Fácil, ¿no?

11 de enero de 2008

Tristeza tras el coito

¿A quién no le ha sobrevenido alguna vez una sensación de vacío tras alcanzar el orgasmo? Esta tristeza de lobo estepario aparece de golpe, apenas unos segundos después de abandonarnos al placer eyaculatorio junto al compañero de cama de turno o, en menor medida, junto a la pareja. Lo explica, a propósito de la insatisfacción humana y de su búsqueda constante de deseos infinitos, el filósofo español José Antonio Marina. Su último libro se titula Las arquitecturas del deseo (ver ficha).

Clica en la imagen para ver el vídeo

A mí me ha sucedido en no pocas ocasiones. Sobre todo, cuando el corazón y el miembro viril están disociados. En una ocasión, en la universidad, le comenté mi desolación a un amigo. Él también la experimentaba con frecuencia, pero había encontrado un remedio. De modo que me aconsejó escuchar buena música una vez consumada la relación sexual. Puede que funcione, quién sabe. Yo lo he probado, y nada. Lo que ocurre con el sexo es extrapolable, apunta Marina, a otros muchos deseos, placeres e inclinaciones del ser humano. El videoclip que enlazo como recurso al texto es bastante gratuito, pero me apetece tenerlo en el blog para verlo siempre que quiera y, quizá, para incrementar el número de lectores. El vídeo ejemplifica lo que aquí se expone: uno siente placer mientras está reproduciéndolo. Pero no por ello desaparece el deseo trompetero una vez que Destination Calabria -así se llama la canción- ha finalizado. La música es de un tal Alex Gaudino. Canta una muchacha que tuerce sensualmente su boca roja. El resto del post se lo dejo a Marina:

LA DESCARGA FREUDIANA. Una visión superficial del deseo hace que sea incompatible con el placer. Si pensamos que el placer es la consumación del deseo, la consecución del objeto deseado, estamos diciendo que el placer consiste en la desaparición del deseo. Esto es lo que pensaba Freud, con su idea de que todo anhelo es una tensión que necesita desahogarse. El placer es, para él, el desahogo, la desaparición de la presión. Pero todos sabemos que el placer de comer no es haber comido, sino estar comiendo. Y el placer sexual no es la tranquilidad después del orgasmo -al contrario, se habla de la tristitia post coitum-, sino estar alcanzándolo.

LA CONCIENCIA ARISTOTÉLICA. Tenía razón Aristóteles al indicar que el placer era una actividad, la conciencia de estar consiguiendo la meta, el índice de una necesidad en vías de satisfacción. Esto es lo que nos indica el misterioso fenómeno del juego, que es una actividad placentera en sí misma (aunque la facilidad con que se convierte en deseo de ganar indica el equilibrio precario en que se encuentra).

QUE FLUYA. En los últimos años se ha investigado mucho sobre la experiencia de flow, el sentimiento de "fluir", que sería el modo placentero de realizar una actividad. La experiencia ha sido caracterizada, tras muchos estudios, con los siguientes rasgos: intensa concentración en la tarea; sentido de control sobre las acciones y la tarea; disfrute con la actividad. Todo esto lleva aparejada una percepción distorsionada del tiempo, que se acorta piadosamente, mientras que en el dolor o en el aburrimiento se dilata sin misericordia, y tiene evidentemente que ver con el placer.

 
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