11 de enero de 2008

Tristeza tras el coito

¿A quién no le ha sobrevenido alguna vez una sensación de vacío tras alcanzar el orgasmo? Esta tristeza de lobo estepario aparece de golpe, apenas unos segundos después de abandonarnos al placer eyaculatorio junto al compañero de cama de turno o, en menor medida, junto a la pareja. Lo explica, a propósito de la insatisfacción humana y de su búsqueda constante de deseos infinitos, el filósofo español José Antonio Marina. Su último libro se titula Las arquitecturas del deseo (ver ficha).

Clica en la imagen para ver el vídeo

A mí me ha sucedido en no pocas ocasiones. Sobre todo, cuando el corazón y el miembro viril están disociados. En una ocasión, en la universidad, le comenté mi desolación a un amigo. Él también la experimentaba con frecuencia, pero había encontrado un remedio. De modo que me aconsejó escuchar buena música una vez consumada la relación sexual. Puede que funcione, quién sabe. Yo lo he probado, y nada. Lo que ocurre con el sexo es extrapolable, apunta Marina, a otros muchos deseos, placeres e inclinaciones del ser humano. El videoclip que enlazo como recurso al texto es bastante gratuito, pero me apetece tenerlo en el blog para verlo siempre que quiera y, quizá, para incrementar el número de lectores. El vídeo ejemplifica lo que aquí se expone: uno siente placer mientras está reproduciéndolo. Pero no por ello desaparece el deseo trompetero una vez que Destination Calabria -así se llama la canción- ha finalizado. La música es de un tal Alex Gaudino. Canta una muchacha que tuerce sensualmente su boca roja. El resto del post se lo dejo a Marina:

LA DESCARGA FREUDIANA. Una visión superficial del deseo hace que sea incompatible con el placer. Si pensamos que el placer es la consumación del deseo, la consecución del objeto deseado, estamos diciendo que el placer consiste en la desaparición del deseo. Esto es lo que pensaba Freud, con su idea de que todo anhelo es una tensión que necesita desahogarse. El placer es, para él, el desahogo, la desaparición de la presión. Pero todos sabemos que el placer de comer no es haber comido, sino estar comiendo. Y el placer sexual no es la tranquilidad después del orgasmo -al contrario, se habla de la tristitia post coitum-, sino estar alcanzándolo.

LA CONCIENCIA ARISTOTÉLICA. Tenía razón Aristóteles al indicar que el placer era una actividad, la conciencia de estar consiguiendo la meta, el índice de una necesidad en vías de satisfacción. Esto es lo que nos indica el misterioso fenómeno del juego, que es una actividad placentera en sí misma (aunque la facilidad con que se convierte en deseo de ganar indica el equilibrio precario en que se encuentra).

QUE FLUYA. En los últimos años se ha investigado mucho sobre la experiencia de flow, el sentimiento de "fluir", que sería el modo placentero de realizar una actividad. La experiencia ha sido caracterizada, tras muchos estudios, con los siguientes rasgos: intensa concentración en la tarea; sentido de control sobre las acciones y la tarea; disfrute con la actividad. Todo esto lleva aparejada una percepción distorsionada del tiempo, que se acorta piadosamente, mientras que en el dolor o en el aburrimiento se dilata sin misericordia, y tiene evidentemente que ver con el placer.

10 de enero de 2008

Elogio de la alegría

Fragmento escrito por Henri Bergson, citado en Las arquitecturas del deseo, de José Antonio Marina.

Los filósofos que han especulado sobre el significado de la vida y sobre el destino del hombre no han subrayado con la suficiente energía que la naturaleza se ha tomado la molestia de instruirnos sobre este asunto. Nos advierte con un signo preciso que estamos alcanzando nuestro destino. Este signo es la alegría. Digo la alegría, no digo el placer. El placer no es más que un artificio inventado por la naturaleza para obtener del ser vivo la perpetuación de la vida; pero no señala la dirección en que la vida está lanzada. En cambio, la alegría anuncia siempre que la vida ha triunfado, que ha ganado terreno, que ha alcanzado una gran victoria: toda gran alegría tiene un acento triunfal. Pero si tenemos en cuenta esa indicación y seguimos esa línea de hechos, encontramos que donde hay alegría hay siempre creación, y que cuanto más rica es la creación, más profunda es la alegría.

7 de enero de 2008

La gran final y el Taj Mahal

Siguiendo la línea marcada por el maestro Joan Pau Inarejos, relato aquí brevemente dos sueños que me han asaltado esta noche.

Final contra Yugoslavia. Estoy a unos metros de una pista de baloncesto de cemento. Parece la del colegio donde jugaba a este deporte. Hay mucha gente a mi alrededor. España y Yugoslavia (no Serbia) están disputando la final del Mundial. Distingo entre los jugadores al admirado Jorge Garbajosa, que se parece mucho -más aún que en la realidad- al Héctor interpretado por Eric Banna en la película Troya. Al final del tercer cuarto, el marcador es de escándalo: 56-5 a favor de la roja. De repente, me encuentro sentado en el banquillo de la selección. La victoria está asegurada, y por eso el entrenador decide que salga a jugar. Yo, y otros cuatro antiguos compañeros del club de basket Pere de Tera de Badalona. Tenemos miedo a que, por culpa de nuestro juego mediocre, Yugoslavia remonte y gane. Antes de saltar a la pista, dirijo unas palabras de ánimo a mis compañeros: "¡Hay que echarle cojones, joder!". Ya en medio del juego, me entono con un triple y una canasta de dos. Acabo el partido con diez puntos, y habiendo asegurado la victoria de España.

Viviendas en el Taj Mahal. Me encuentro visitando el monumento del Taj Mahal junto a mi amigo Dani. El edificio nos parece colosal. Alguien me había advertido del deterioro de la estructura, convertida casi en un bloque de viviendas. Lo compruebo con mis propios ojos. La fachada del Taj Mahal está repleta de huecos rectangulares: son ventanas. Casi todas están cerradas con persianas de madera antiguas y medio rotas, por lo que deduzco que hay gente viviendo allí. Un indio se asoma por la ventana. Entramos en el edificio. En el hall del Taj Majal hay dos muchachos gitanos que, sentados, interpretan una pieza flamenca con su voz desgarrada. Uno de ellos toca con mucho arte una guitarra española. La guía turística nos dice que ellos representan la universalidad de la cultura romaní, y asegura que esos dos jóvenes tocan siempre allí porque el pueblo nómada de los gitanos partió, en primer lugar, de la India. Asiento con la cabeza a las explicaciones de la guía y tomo una fotografía de los gitanos.

Las historias de Enric González

Enric González es el cronista ideal. Para hacer justicia, debería incluirlo en el perfil como uno de mis autores favoritos. He leído Historias de Nueva York, Historias de Londres e Historias del calcio, tres libros publicados por RBA, que se leen casi con avaricia en un par de tardes. Él se define como un periodista "vago", especialmente para encontrar un título atractivo ("historias de..." no parece fruto de una intensa reflexión), pero es mentira. Su mirada es la del periodista de raza: perspicaz, escéptica y, en ocasiones, fingidamente ingenua. No le falta un ancho sentido del humor y no le cuesta reírse de sí mismo.
Francesco Totti, futbolista de la Roma.
Conocí a este periodista brillante en una comida que el diario organizó, en la Casa Batlló de Barcelona, con motivo del 25 aniversario de la edición de Cataluña de El País. Aunque decir que le conocí es, sin duda, exagerado. Sólo le vi de cerca y comprobé lo que algunas fuentes me habían comentado la víspera: que tiene unas orejas muy particulares. Como en aquella broma de patio de colegio: "¿Qué es el viento? Tus orejas en movimiento". Pues eso.
Allí, en las antiguas cocheras del edificio de Gaudí, se encontraban los mandamases del diario. Enric era uno de los más solicitados para iniciar una conversación. Por su lenguaje corporal deduzco que se trata de una persona humilde y cercana, dos cualidades apreciables en un periodista considerado "estrella". Me parece, pues, que en sus libros se muestra tal cual es. En medio de aquel sarao, no tuve ánimo suficiente para dirigirme a él y hablarle. ¿Para qué? ¿Para mostrarle mi admiración como una fan histérica? Será en otra ocasión.
Mientras tanto, uno puede seguir aprendiendo a escribir con sus relatos. El que transcribo aquí fue publicado en El País el 29 de septiembre de 2003 y recogido después en su librito Historias del Calcio. Uno no puede dejar de leerlo.
"TOTTIMANÍA"
La noticia aparece en los diarios: "Incendio en la biblioteca de Totti, destruidos los dos libros". Totti está desesperado: "¡Aún no había terminado de colorear el segundo!".
Francescto Totti, el capitán de la Roma, siempre tuvo fama de simpático descerebrado, de trasteverino cateto, de futbolista genial pero frágil en las grandes ocasiones. También la Roma, el equipo rojigualdo, era tradicionalmente visto como una fuerza secundaria, un elemento divertido e imprevisible pero destinado, al fin, a hincar la rodilla ante la Juve y el Milan. Hasta ahora. Esta temporada, Totti no es sólo el hombre más famoso de la capital de Italia: es un jugador grandioso, un proyecto de balón de oro. Y la Roma es un serio aspirante al escudo de campeón.
El chiste malo que encabeza estas líneas es uno de los cientos reunidos en el libro Todos los chistes sobre Totti (contados por mí mismo), una obrita de la que se han vendido ya más de 800.000 ejemplares. El futbolista tuvo ekl sentido del humor necesaroi para aportar su firma y su rostro a la recopilación de bromas sobre su ignorancia, y quiso que todos los beneficios fueran repartidos a partes iguales entre la Unicef y el servicio de asistencia a los ancianos de Roma. Un gran detalle.
El gesto humorístico-humanitario se habría quedado en eso si Totti, que cumplió 27 años el sábado, no hubiera empezado la campaña a un nivel casi sublime. Su carisma y sus recursos -su famosa cuchara-, unidos al talento asombroso de Chivu, el recién incorporado central rumano formado en el Ajax, han hecho que, por primera vez hasta donde alcanza la memoria, un equipo entrenado por Fabio Capello sea capaz de defenderse correctamente y, a la vez, atacar con generosidad además de, para colmo, moverse con alegría. La Roma es, en este arranque, lo más vistoso del calcio.
Capello, por supuesto, está exultante: "Hay sólo dos jugadores raelmente grandes. Se llaman Ronaldo y Totti". Otra frase: "Totti es el mejor 10 desde Maradona". Más: "Este año, el Balón de Oro debe ser para Totti". Incluso los rivales se rinden a la tottimanía: Nedved, el jugador impecable eje de la Juve, opina: "Ahora mismo, el mejor jugador de Europa es Totti".
La Roma lo tiene casi todo. La efervescencia zurda de Chivo, capaz de cerrar el área, cubrir largos tramos de la banda izquierda y lanzar magistralmente los golpes francos; la seriedad defensiva del argentino Samuel; el trabajo de Emerson, el brillo de Montella y Cassano en punta y el recurso de Carew cuando hace falta una torre en el ataque. Las expectativas son tan altas que ayer, tras masacrar al Ancona (3-0, un gol de Totti), Capello tuvo que defenderse de quienes criticaban las muchas ocasiones fallidas: "Pero... ¿verdad que imponemos respeto?"

Una mirada a Pakistán

Garmor otea el horizonte desde la playa de Haza del Trigo, el pueblo granadino de Morgar. La República pasó allí parte del verano de 2003, forjando su amistad. Miro las fotografías que tomamos aquellos días y compruebo, en esta foto, una confianza sin paliativos en la lejana mirada garmórica. Morgar se encuentra ahora muy lejos, en la "aburridísima" -según sus palabras- Islamabad. Jugándose el tipo, por aquello de la "calma tensa" tras el asesinato de Bhutto en Pakistán. Sé que esa mirada segura y equilibrada está también en él. Pero no está de más recordársela. Ánimo, Morgar. Cabeza fría y pies ligeros.

6 de enero de 2008

Maki variado y patatas fritas

Mi sempiterna devoción por Occidente -la civilización que mata y muere- no me impide asomarme a las delicias que el inmenso Oriente pone a mi alcance. Hablo de la comida japonesa. El hombre castizo que soy es capaz de alternar ahora su amadísimo lomo con patatas fritas con exquisiteces pijas, como el sushi o el maki (ambas en cursiva, a la espera de que el gusto popular obligue a la Real Academia Española a incluirlas en su diccionario).

Esta deriva mía, indecente por pequeñoburguesa, viene avanzando como un ciclón desde hace unos tres años. El obrero que hay en mi corazón resiste a duras penas: le falta el aire y la hipocresía le tiene comida la moral. Según la perversa lógica garmórica (que no es otra que la mía), ceder a placeres considerados de ricos es una deshonra para el orgullo de casta. Más aún si se trata de manjares elitistas y, al mismo tiempo, aupados por la plebe al altar gastronómico.

La guerra civil de las identidades estalla sin piedad: el obrero de barrio, herido en su orgullo, cose a mamporros al periodista liberal y canalla, mientras el aristócrata romano (que, a su manera, simpatiza con el obrero) mira la escena con nostalgia

Hace unos días cené en un restaurante coreano de Barcelona, donde sirven comida japonesa y los precios son más propios de un chino. Mi amiga y yo pasamos por alto el riesgo de intoxicación y decidimos tirar de oferta. Doce unidades de maki variado, diez euros. Seis unidades de sushi (variado, por supuesto), catorce euros. Con eso y un buen vino blanco (seco, francés) la cena estaba servida.

Por muy bien que conozca el idioma español, la comunicación con un hostelero asiático siempre resulta problemática. Pedimos dos platos: uno de maki y otro de sushi. "¿Uno o dos?", preguntó la sonriente camarera. "Uno, uno", contestamos, en el bien entendido de que traería dos platos, pero en ningún caso cuatro.

Mientras dábamos buena cuenta del vino, la mujer trajo una tabla de madera con los sushi (ignoro si puedo escribir sushis, en plural): de gamba, de atún y de un extraño animal marino que no nos atrevimos ni a tocar. En la misma tabla reposaban, perfectamente alineadas, seis unidades de maki, todas vestiditas con su alga negra, sin duda la clave (con el permiso de la salsa de soja) de este peculiar plato.

Nos asaltó la duda, porque la tabla ya contenía los dos platos solicitados, pero en muy pequeñas cantidades. "¿Eso es todo? ¿Seis trozos de maki? Pues vaya timo. ¿No habrá hecho la camarera un resumen de los dos platos, al entender que sólo queremos comida para uno? ¿A ver si al final la cena nos va a salir por un ojo de la cara? Putos chinos".

Aquello no podía quedar así. Y como somos un poco agonías con la comida, preguntamos por nuestros derechos culinarios. La camarera nos aclaró lo sucedido: el plato de maki (el grandote, con sus doce unidades) aún no se nos había servido. Las seis unidades de maki que veíamos eran sólo el acompañamiento habitual de un plato de sushi.

Mi conocimiento de la gastronomía japonesa es nulo. Pero, por lo que vi en aquel restaurante, entiendo que el maki funciona como una suerte de complemento del sushi. Se trata sin duda de un manjar, igualmente rico y caro -lleva lo mismo y, además, el alga- pero, por alguna razón, desempeña un papel secundario y subordinado.

Pienso ahora en el maki y no puedo sino compararlo con nuestras patatas fritas. El sushi es el lomo; el maki, las patatas. Eso me hace sentir como más propia la cultura oriental, porque echa raíces en mi tierra emocional. Y además, ¿qué sería un triste trozo de lomo sin unas papas fritas bien mojadas en aceite?

Lo curioso del caso es que el maki se puede pedir también como plato aparte; es independiente y soberano. Cosa que resulta más difícil con unas patatas fritas. Quizá sí ocurra en uno de esos puestos de patatas que se montan en las ferias de atracciones. Pero en un restaurante...

Y ya puestos, ¿por qué no aderezar el sushi con otro tipo de complemento? Quizá un poco de sashimi. Así uno se ahorraría comer maki dos veces sin necesidad. No sé quién de los dos, maki o sushi (perdón por usar aquí la inadecuada figura de la personificación) saldría ganando en una eventual batalla nipona. Hagan sus apuestas.

 
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