16 de octubre de 2007

La paradoja de Liberia

En el escudo de la República de Liberia puede leerse: "The love of liberty brought us here". O sea, el amor por la libertad nos trajo aquí, a un trozo de tierra acurrucado en la costa occidental de África. Liberia, de hecho, significa "tierra de libertad". Y su bandera -con barras rojas y una sola estrella con fondo azul- es casi idéntica a la de Estados Unidos, símbolo inequívoco de libertad individual. Pero la historia de este país, independiente desde principios del siglo XIX, dista mucho de ser un ejemplo de libertad. Al contrario. La opresión sobre la población indígena fue tan excesiva como en cualquier otro rincón de África, con un agravante: que fue ejercida por antiguos esclavos, negros también, liberados en la costa Atlántica para constituirse en una nueva clase dominante. Lo explica Ryszard Kapuscinski en este fragmento de 'Ébano':


En 1821, en un lugar que debe de encontrarse en las inmediaciones de mi hotel (Monrovia está situada en la costa atlántica, en una península que se parece a nuestro Hel, en el Báltico) atracó un barco procedente de Norteamérica que traía a bordo a un tal Robert Stockton, un agente de la American Colonisation Society. Stockton, encañonando con su pistola una sien del rey Peter, el jefe de la tribu, lo obligó a venderle -a cambio de seis mosquetones y una caja de abalorios- la tierra que la mencionada compañía americana se disponía a poblar con aquellos esclavos de las plantaciones de algodón (principalmente de los estados de Virginia, Georgia y Maryland) que habían conseguido el estatus de hombres libres.
La compañía de Stockton tenía un carácter liberal y caritativo. Sus activistas creían que la mejor indmenización por las sevicias de la esclavitud consistía en enviar a los antiguos esclavos a la tierra de donde procedían sus antepasados: a África.
Desde aquel momento, año tras años, los barcos fueron trayendo de los Estados Unidos a grupos de esclavos liberados, que fueron instalándose en la zona de la Monrovia de hoy. No constituían una gran comunidad. Cuando en 1847 proclamaron la creación de la República de Liberia, ésta no contaba más de seis mil habitantes. Es posible que su número nunca haya superado una veintena escasa de miles: menos del uno por ciento de la población del país.
Son apasionantes las andanzas y el comportamiento de aquellos colonos (que se llamaban a sí mismos Americo-Liberians, américo-liberianos). Apenas la víspera habían sido unos parias negros, unos esclavos despojados de todo derecho, en las plantaciones de algodón que cubrían los estados del Sur norteamericano. En su mayoría, no sabían leer ni escribir, como tampoco tenían oficio alguno. Años atrás, sus padres habían sido secuestrados en África, llevados a América con grilletes y cadena sy vendidos en los mercados de esclavos. Y ahora los descendientes de aquellos infelices, también ellos mismos esclavos negros hasta hacía poco, se veían trasplantados a África, tierra de sus antepasados, a su mundo, y se encontraban entre hermanos de raíces comunes y con el mismo color de piel.
Por obra de unos americanos blancos y liberales, habían sido traídos hasta allí y abandonados a sí mismos, en manos de un destino incierto. ¿Cómo se comportarían? ¿Qué harían? pues bien: en contra de las expectativas de sus bienhechores, los recién llegados no besaban la tierra reconquistada ni se lanzaban a los brazos de los habitantes africanos.
Por experiencia propia, aquellos américo-liberianos no conocían sino un único tipo de sociedad: el de la esclavitud en que habían vivido en los estados del Sur norteamericano: De manera que tras desembarcar, su primer paso en la nueva tierra consistiría en copiar la sociedad conocida, sólo que ahora ellos, los esclavos de ayer, serían los amos y convertirían en esclavos a los miembros de las comunidades del lugar, sobre los que, una vez conquistados, extenderían su dominio.
Liberia no cnostituye sino la prolongación del orden establecido por el sistema de servidumbre, impuesto por la voluntad de los propios esclavos, que no desean destruir un sistema injusto, sino que lo quieren conservar, desarrollar y usar en provecho de sus intereses personales. Salta a la vista que una mente sometida, envilecida por la experiencia de la esclavitud, una mente -en palabras de Milosz- "nacida en la no libertad, encadenada desde el alumbramiento", no sabe pensar, no sabe imaginarse un mundo libre en el que las personas, todas, también lo fuesen.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Pero no había otro post posterior a este?

Anónimo

Anónimo dijo...

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