6 de enero de 2008

Maki variado y patatas fritas

Mi sempiterna devoción por Occidente -la civilización que mata y muere- no me impide asomarme a las delicias que el inmenso Oriente pone a mi alcance. Hablo de la comida japonesa. El hombre castizo que soy es capaz de alternar ahora su amadísimo lomo con patatas fritas con exquisiteces pijas, como el sushi o el maki (ambas en cursiva, a la espera de que el gusto popular obligue a la Real Academia Española a incluirlas en su diccionario).

Esta deriva mía, indecente por pequeñoburguesa, viene avanzando como un ciclón desde hace unos tres años. El obrero que hay en mi corazón resiste a duras penas: le falta el aire y la hipocresía le tiene comida la moral. Según la perversa lógica garmórica (que no es otra que la mía), ceder a placeres considerados de ricos es una deshonra para el orgullo de casta. Más aún si se trata de manjares elitistas y, al mismo tiempo, aupados por la plebe al altar gastronómico.

La guerra civil de las identidades estalla sin piedad: el obrero de barrio, herido en su orgullo, cose a mamporros al periodista liberal y canalla, mientras el aristócrata romano (que, a su manera, simpatiza con el obrero) mira la escena con nostalgia

Hace unos días cené en un restaurante coreano de Barcelona, donde sirven comida japonesa y los precios son más propios de un chino. Mi amiga y yo pasamos por alto el riesgo de intoxicación y decidimos tirar de oferta. Doce unidades de maki variado, diez euros. Seis unidades de sushi (variado, por supuesto), catorce euros. Con eso y un buen vino blanco (seco, francés) la cena estaba servida.

Por muy bien que conozca el idioma español, la comunicación con un hostelero asiático siempre resulta problemática. Pedimos dos platos: uno de maki y otro de sushi. "¿Uno o dos?", preguntó la sonriente camarera. "Uno, uno", contestamos, en el bien entendido de que traería dos platos, pero en ningún caso cuatro.

Mientras dábamos buena cuenta del vino, la mujer trajo una tabla de madera con los sushi (ignoro si puedo escribir sushis, en plural): de gamba, de atún y de un extraño animal marino que no nos atrevimos ni a tocar. En la misma tabla reposaban, perfectamente alineadas, seis unidades de maki, todas vestiditas con su alga negra, sin duda la clave (con el permiso de la salsa de soja) de este peculiar plato.

Nos asaltó la duda, porque la tabla ya contenía los dos platos solicitados, pero en muy pequeñas cantidades. "¿Eso es todo? ¿Seis trozos de maki? Pues vaya timo. ¿No habrá hecho la camarera un resumen de los dos platos, al entender que sólo queremos comida para uno? ¿A ver si al final la cena nos va a salir por un ojo de la cara? Putos chinos".

Aquello no podía quedar así. Y como somos un poco agonías con la comida, preguntamos por nuestros derechos culinarios. La camarera nos aclaró lo sucedido: el plato de maki (el grandote, con sus doce unidades) aún no se nos había servido. Las seis unidades de maki que veíamos eran sólo el acompañamiento habitual de un plato de sushi.

Mi conocimiento de la gastronomía japonesa es nulo. Pero, por lo que vi en aquel restaurante, entiendo que el maki funciona como una suerte de complemento del sushi. Se trata sin duda de un manjar, igualmente rico y caro -lleva lo mismo y, además, el alga- pero, por alguna razón, desempeña un papel secundario y subordinado.

Pienso ahora en el maki y no puedo sino compararlo con nuestras patatas fritas. El sushi es el lomo; el maki, las patatas. Eso me hace sentir como más propia la cultura oriental, porque echa raíces en mi tierra emocional. Y además, ¿qué sería un triste trozo de lomo sin unas papas fritas bien mojadas en aceite?

Lo curioso del caso es que el maki se puede pedir también como plato aparte; es independiente y soberano. Cosa que resulta más difícil con unas patatas fritas. Quizá sí ocurra en uno de esos puestos de patatas que se montan en las ferias de atracciones. Pero en un restaurante...

Y ya puestos, ¿por qué no aderezar el sushi con otro tipo de complemento? Quizá un poco de sashimi. Así uno se ahorraría comer maki dos veces sin necesidad. No sé quién de los dos, maki o sushi (perdón por usar aquí la inadecuada figura de la personificación) saldría ganando en una eventual batalla nipona. Hagan sus apuestas.

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