11 de abril de 2008

La crueldad visita Getafe

Las televisiones insisten en recordar la tragedia, pero yo me niego a ver las imágenes del partido de ayer en Getafe. Me producen demasiada tristeza. Y eso que a mí, el "Geta" -al que los nacionalistas de turno han bautizado como "el equipo de todos los españoles"- ni me va ni me viene. Pero lo de anoche fue otra cosa. Crueldad, la terrible diosa de cabellos azules y ojos negros, sobrevoló el Coliseum y arrebató al equipo madrileño el sueño de plantarse en las semifinales de la copa de la UEFA.


La contienda tuvo todos los ingredientes de la narrativa épica. El Getafe jugó con diez jugadores casi desde el inicio y, aun así, logró marcar y desatar la euforia. Yo no vi el tanto. Llegué a casa cuando el marcador indicaba un 1-0 que daba el pase a la siguiente ronda a los azulones. El cariño desbordado hacia este equipo se debe, sin duda, a su condición humilde. El club carece de enemigos deportivos y posee la facultad de caer en gracia. Y la plantilla está integrada por jugadores minúsculos por su nombre y su nómina, pero enormes por su entrega y su espíritu combativo.

Pero lo que ha hecho gigante al Getafe, al menos a ojos de los espectadores, ha sido la categoría del rival con el que le tocó batirse en duelo: el Bayern de Múnich, una de los cuadros más laureados del orbe. De los equipos germánicos, se dice que están vivos hasta el final y que, por muy mal que lo pasen, nunca se les puede dar por vencidos. El tópico se transformó ayer en cruda realidad.

En el último suspiro del choque, con un Getafe extenuado hasta límites insospechados, apareció el francés Ribery para rematar raso hasta el fondo de la red. Al contrario que el "Geta", el extremo galo tiene el don de provocar aprensión. Y cuando marcó, me pareció especialmente odioso, porque trajo a mi memoria las derrotas de España a manos de los franceses en todo tipo de torneos internacionales, casi de cualqueir deporte.

Fin del partido. Me fui a visitar a una amiga en el centro de Barcelona. Así que cogí el coche y, antes que nada, inserté tembloroso la cassette para sintonizar la Cadena SER y seguir la prórroga. El Getafe hizo lo increíble: marcó dos goles nada más empezar (Braulio y Casquero) que debían asegurar el triunfo. ¡Dos goles! Con diez jugadores, con el físico destrozado y ante la superpotencia alemana. Pero Crueldad, la del pelo azul y los ojos oscuros, aún seguía agazapada en algún rincón del Coliseum. Se disfrazó de un azzurro, Luca Toni, que en medio minuto marcó dos goles como quien no quiere la cosa y dejó al Getafe tirado en el arroyo y llorando. El 3-3 (1-1 en Múnich) me pilló cuando trataba de aparcar el coche. Sentí empatía con las expresiones de rabia, un tanto grotescas y chovinistas, de los locutores de la Ser.

Luca Toni se llevó el dedo índice a los labios y mandó callar a la grada. El medio radiofónico no me permitió ver el gesto en directo, cosa que habría aumentado mi rabia hasta extremos inimaginables. Otra vez, un italiano guaperas que me hacía llorar. Como Baggio, en el 94. Otra vez, un partido ajeno a mis intereses me obligaba a implicar los cinco sentidos. Y otra vez, me daba cuenta de lo grande que puede llegar a ser, a veces, ese catalizador de emociones que es el fútbol.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El 'surpasso' llegará esta vez, también, en la Eurocopa. Nos los masticamos eh.

-morgar

 
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