
"Con el nazismo Alemania tuvo el siniestro honor de adornarse con la perla negra de las monstruosidades"
Sería, por tanto, de agradecer que junto a la culpa alemana hubiera un reconocimiento de la expiación alemana, es decir, de la creación inédita de una cultura basada en la asunción de la propia responsabilidad en un crimen colectivo como sin duda lo fue el genocidio nazi. Durante varias generaciones los alemanes, al menos mayoritariamente, han integrado en su vida pública la memoria del delito y, pese a todos los intentos revisionistas, así se refleja en su simbología y política oficiales.
"Los alemanes han integrado en su vida pública la memoria del delito"
Ahora bien, esta actitud se reforzaría si la memoria alemana del propio delito tuviera una cierta compensación con la crítica de otras conductas delictivas e injustificables que indiscriminadamente fueron cometidas contra los alemanes. Ha debido pasar más de medio siglo para que empiece a analizarse la brutalidad sin sentido bélico de los bombardeos aliados de Hamburgo y Dresde; e igual período de tiempo para que salgan a la luz las tropelías soviéticas durante los meses finales de la guerra. La maldad alemana ha sido considerada tan gigantesca que ha convertido en tabú la maldad de los demás. Pero si uno lee por ejemplo Una mujer en Berlín, libro de una autora anónima recientemente editado por Anagrama, comprobará que hubo "otra maldad" porque 110.000 berlinesas fueron violadas en tan sólo una semana en un acto de pillaje casi mantenido en secreto hasta hace poco: También hubo "otra maldad" en Hamburgo y Dresde.
La maldad alemana ha sido considerada tan gigantesca que ha convertido en tabú la maldad de los demás
El Memorial del Holocausto es necesario, justo y exigible. Pero con el tiempo perderá valor si en el virtual museo del horror se mantiene el desequilibrio iconográfico actual. Mientras Alemania exhibe su gigantesca mancha en el corazón de Berlín, Estados Unidos se enorgullece de su hazaña nuclear en el Museo del Ejército de Washington, China honra el totalitarismo en el mausoleo de Mao en Pekín, Japón rinde homenaje a sus criminales de guerra y Rusia disimula su despotismo en un miserable piso dostoievskiano.
Fragmento de 'Política y (po)ética de las imágenes de guerra", de Antonio Monegal.